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Más allá del aborto

  • Foto del escritor: CILAC
    CILAC
  • 12 ago 2019
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 5 feb 2020

Con este artículo no pretendo generar una postura a favor o en contra del aborto, sino un trabajo común que nos permita avanzar en la solución del verdadero problema.


Soy bióloga de profesión y católica por convicción, actualmente soy hermana con las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en Monterrey. Es curioso como ambas realidades pueden trabajar de la mano complementándose la una a la otra. En mi labor apostólica trabajé con jóvenes durante 11 años y percibí realidades muy preocupantes todo este tiempo. Dentro de los más graves están las situaciones afectivas y sexuales mal encaminadas, partiendo del daño tan grande que éstas les hacen a nivel personal.


Tanto los hombres como las mujeres se enredaban cada vez más frecuente en relaciones tóxicas dónde la máxima preocupación era “quedar embarazada” o que la novia quedara embarazada. Sin embargo, yo veía un daño aún más grave. Veía que después de una relación tóxica quedaban completamente destrozados y peor aún, veía que seguían necesitando de esa relación tóxica. ¿Qué estaba pasando entonces?


Un amigo/colega biólogo que da clases a nivel secundaria, ateo, por cierto, estaba igual o más espantado que yo de las cosas que veía. Me decía: -nada más porque sé que vas a ingresar a un convento y por respeto, no te enseño las cosas que mis alumnos me mandan por Facebook, el tipo de videos y el tipo de material sexual que están viendo, lo único que te puedo decir es que es demasiado fuerte hasta para mí. Igualmente- me decía, -tú sabes que yo no profeso ninguna religión como para hablar de la libre sexualidad como pecado y, sin embargo, creo que les está haciendo mucho daño. Yo cuando mis alumnos me hablan de su impaciencia por tener una experiencia de tipo sexual, les digo que no les conviene, que podría destruirles a esa edad y más aún, si la persona no es la que verdaderamente los vaya a amar con responsabilidad y estabilidad.-


Me comentaba que esta realidad especialmente les afecta a los más sensibles, pues en una relación sexual se entrega todo, alma y cuerpo, por lo mismo, hay una aceptación del “todo” de la persona. Me decía, -en parte es por esto que llega a ser tan satisfactoria la experiencia, imagínate, una persona que te acepte con tu cuerpo, tal cual es y por cómo eres, ahora, piensa que la misma persona que te aceptó en tu totalidad, te rechaza en tu totalidad, entonces terminará por quebrarte en tu totalidad-. Concluyó -por eso es tan peligroso, sobre todo cuando son menores de edad, en donde son especialmente sensibles y entregados, que se enganchen en una relación dándose en su totalidad. Podría decir que hasta a mí que tengo 35 años, me sigue afectando.-

Ésta plática me hizo buscar la raíz del problema, ¿por qué los jóvenes están buscando plenificarse con la sexualidad? ¿Qué hay en el fondo?

Partiendo de que la afectividad y la sexualidad están muy ligadas, considero que estamos viendo el resultado social de la carencia afectiva de nuestros niños generaciones atrás. En mi experiencia con jóvenes, he visto como sufren la ausencia de los padres, la falta de comprensión y escucha, así como la falta de guía y acompañamiento; innumerables historias he escuchado, el papá que regaña a la hija por usar mini falda y le dice que es una “prostituta”, por no decir la otra palabra. La mamá que le castiga no asistir al grupo de la iglesia que le gusta o algún taller de recreación en donde tiene la referencia de amistades sanas y relaciones más sólidas. El muchacho que no encontró en su padre una figura ejemplar, al que le fue castigada la sensibilidad y los gustos por las artes o algún otro pasatiempo que, por estereotipo social, “no es de hombres”. Los hijos que crecieron solos y, cómo nadie platicaba con ellos, no sienten que lo que tengan que decir valga la pena. La mamá que, en el afán de que su hijo “crezca”, se dedica a exigirle o a presionarlo al estilo “cuchillito de palo” dónde lo único que se logra es que se rebele, pues el niño no ve el amor. En todos estos casos, está la carencia afectiva latente. El niño, niña o joven en cuestión, necesita sentirse escuchado, comprendido y amado, tal y como es, sin importar que salga mal en la escuela, que sea indisciplinado, que se vista inapropiadamente. Habríamos de entablar pláticas con ellos, para encontrar, o que ellos mismos identifiquen, el por qué buscan vestirse de esa manera o, en un análisis más detallado, cuáles pudieran ser sus sueños más profundos, así como ayudarlos al identificarlos. Pero sobre todo, deben saber que, aunque no estén de acuerdo con sus calificaciones, con su manera de hablar, de vestir, sus gustos, etc. sus padres los aman profundamente.


Vivimos en una sociedad en la que, sin ser conscientes de ello, hemos condicionado el amor. El mensaje verbal es: espero buenas calificaciones, espero que seas el/la mejor, no te equivoques, no te vistas así, debes competir y ganar, etc. El estrés más grande que presentan los muchachos es porque precisamente no pueden cumplir con las expectativas de los padres.


Una compañera de trabajo que tiene un hijo con asperger me decía que una forma de reafirmar a su hijo cuando se equivocaba era: “No está bien lo que hiciste y estoy enojada con el hecho/resultado que no te está ayudando, sólo quiero que sepas cuánto te amo” y lo abrazaba. Damos por hecho que ellos saben cuánto se les ama, por el simple hecho de ser los papás o de ser los proveedores y no es así. En mi experiencia personal, cuánto hubiera agradecido saber que, pese a mis errores, era yo amada y no tener que averiguarlo/intuirlo con el paso de los años, o peor aún, esperar a que alguien más me lo dijera.


Se ven muchos patrones de conducta que reflejan esta necesidad de amor. Niños y niñas que ponen un especial empeño en sus calificaciones, olvidándose del tiempo para recrearse o relacionarse, es algo truculento, pues pareciera muy virtuoso, que son especialmente responsables y lo que en realidad quieren es ser aceptados y amados por sus padres a través de sus logros. ¿Qué pasaría si se les dijera que están muy bien sus calificaciones, pues algún día les aprovecharán, pero que aun cuando reprobaran se les amaría de igual manera? ¿Si se les dijera que no tienen que ser perfectos para ser amados, que solo tienen que ser ellos mismos? Esta falta de amor se ve temporalmente compensada cuando alguien se enamora de ellos y les “habla bonito”. Si él o la enamorada no los ama verdaderamente y sólo quiere utilizarlos sexualmente, ahí tenemos un problema.


La realidad del tema polémico “del aborto” esconde otra realidad más profunda que fácilmente perdemos de vista por querer sostener una postura a favor o en contra. La carencia afectiva de los hijos, las afirmaciones incorrectas de su persona sobre lo que se espera de ellos y no sobre lo que verdaderamente son. Estamos dejando pasar las oportunidades que la vida nos presenta para influir en ellos, reafirmarlos en su autoestima, hacerlos sentir verdaderamente amados por lo que son y no por lo que se espera de ellos. Cuando dejamos esos huecos vacíos, entonces nos arriesgamos a que la persona incorrecta los llene.


El aborto es sólo el “final de la historia”, la niña en esta carencia afectiva se enreda, se ve presionada moralmente y la salida fácil es deshacerse de “la huella del delito”. Porque si no fue aceptada por reprobar materias, mucho menos por este “error” que va a impactar significativamente la vida de su familia y la propia.


¿Por qué no prevenir que lleguen a esta realidad? ¿Que tengan que verse en la necesidad de tomar una decisión en este punto del camino? Creo que hay que proteger y cuidar mucho a nuestros niños y jóvenes, escucharlos, comprenderlos, impulsarlos, y sobretodo, hacerlos sentir muy amados por lo que son. Compartir tiempo de calidad con ellos, hacer juntos lo que ellos más disfrutan, estar abiertos a escucharlos sin condenar, persuadirlos, procurarlos y reafirmarles cuánto los aman en el momento en que se equivocan. De esta manera, cuando llegue la persona “incorrecta”, ellos sabrán detectarla, o al menos, tendrán la fortaleza afectiva para no necesitar de alguien que les reafirme por lo que son.



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